1. Verano, ya me voy
César Vallejo luego de dispararse una bala en la sien, que felizmente no detonó, tuvo luego un rapto de exultación, como si hubiera vuelto a nacer. Tenía 25 años y era un ser audaz y apasionado.
Su decisión inmediata, ante sus amigos del Grupo Norte, entre los cuales estaba presente Antenor Orrego, quien refiere estos acontecimientos, entre otros amigos presentes que también han dado testimonio de estos hechos, expresó:
– Entonces, me voy. Definitivamente, me voy.
Y al siguiente día se embarcaba en el puerto de Salaverry rumbo a Lima, en el vapor Ucayali. Este viaje lo hacía de manera abrupta, sin dinero, como hizo y acostumbró hacerlo en muchos momentos de su vida. Era el 27 de diciembre del año 1917. Antes de partir escribió:
Verano, ya me voy. Y me dan pena
las manitas sumisas de tus tardes.
Llegas devotamente; llegas viejo;
y ya no encontrarás en mi alma a nadie.
2. Muere una rosa
Verano! y pasarás por mis balcones
con gran rosario de amatistas y oros,
como un obispo triste que llegara
de lejos a buscar y bendecir
los rotos aros de unos muertos novios.
Verano, ya me voy. Allá, en setiembre
tengo una rosa que te encargo mucho;
la regarás de agua bendita todos
los días de pecado y de sepulcro.
Si a fuerza de llorar el mausoleo,
con luz de fe su mármol aletea,
levanta en alto tu responso, y pide
a Dios que siga para siempre muerta.
Todo ha de ser ya tarde;
y tú no encontrarás en mi alma a nadie.
Ya no llores, Verano! En aquel surco
muere una rosa que renace mucho…
3. Siento a Dios
De este modo se despedía de Zoila Rosa Cuadra quien motivara el intento fallido de suicidio. Lo dice en el poema, cuando menciona: En aquel surco muere una rosa…
Ya en el barco que lo conducía a Lima, y que duró cuatro días en la travesía, del 27 al 30 de diciembre, de pie y en la borda escribe el poema Dios:
Siento a Dios que camina
tan en mí, con la tarde y con el mar.
Con él nos vamos juntos. Anochece.
Con él anochecemos, Orfandad…
Pero yo siento a Dios. Y hasta parece
que él me dicta no sé qué buen color.
Como un hospitalario, es bueno y triste;
mustia un dulce desdén de enamorado:
debe dolerle mucho el corazón.
Oh, Dios mío, recién a ti me llego
hoy que amo tanto en esta tarde; hoy
que en la falsa balanza de unos senos,
mido y lloro una frágil Creación.
Y tú, cuál llorarás…, tú, enamorado
de tanto enorme seno girador…
Yo te consagro Dios, porque amas tanto;
porque jamás sonríes; porque siempre .
debe dolerte mucho el corazón.
4. Vaya usted y cuente
En Lima conoció a Abraham Valdelomar, quien era el intelectual dominante de la época, el más celebrado y quien marcaba el gusto estético y literario en ese período. ¿Cómo fue este encuentro?
Antes se contaba una anécdota que después ha desaparecido de toda boca, y de todo escrito. Ya no se escucha decir aquella versión en ninguna parte, posiblemente porque se sabe mejor cual fue el trato que le dio Valdelomar a César Vallejo, que rayó en una admiración total y suprema.
Aquella versión que circulaba antes, seguramente porque la figura de Valdelomar tenía tanto o más reconocimiento que la de César Vallejo, contaba que Vallejo acercándose a donde él estaba le dijo titubeante:
– Vengo de Trujillo y le traigo el saludo de toda la intelectualidad joven del norte del Perú.
Y Valdelomar entonces displicente, extendiéndole la mano le respondió:
– Vaya usted y cuente a sus amigos de Trujillo que ha besado la mano del Conde de Lemos. –Que era la manera como él se hacía llamar.
5. Estupefacto de admiración
Pero ahora se sabe que no fue así.
Más bien lo cierto es que Víctor Raúl Haya de la Torre, con quien César Vallejo compartió días de amistad y compañerismo en Trujillo, le instó a visitar a Abraham Valdelomar, personaje sobresaliente e intelectualmente el más controvertido del Perú de ese momento y quien dirigía la revista Mundo Limeño.
Se dice que el mismo Haya de la Torre pasó a máquina los poemas de Vallejo para que éste los presentara ante la figura más relumbrante de esos días, quien al echarle un vistazo a los poemas que Vallejo le extendió se quedó mudo, paralizado de asombro, estupefacto de admiración.
No se movía ni emitía gesto alguno; se había quedado anonadado. Le pidió, eso sí, que no se vaya, que lo espere un instante, que quería conversar con él. Y dejó todo para salir a la calle a caminar junto a él, preguntándole de dónde era, cuáles eran sus planes, como era su vida, qué pensaba de esto y aquello, de lo propio como de lo ajeno.
Le preguntó, lógicamente, cómo había hecho la proeza de escribir los poemas que escribió solo leyendo a románticos y modernistas. Y lo invitó a colaborar en la revista Mundo Limeño en donde apareció publicado el poema Los heraldos negros.
6. El genio de la tierra
Abraham Valdelomar había regresado hacía cinco años de Europa, donde vivió un tiempo en Roma, empapado de arte, ideas y llenándose de mundo. Se había interesado por todas las nuevas corrientes artísticas, tan febriles de aquella época en Europa.
Pasearon por las calles coloniales de la Lima vieja. Se acercaron a los parajes de la Plaza San Martín, que recién se construía para conmemorar el centenario de la independencia del Perú. Avanzaron por la avenida Colmena que recién se diseñaba hasta la avenida Tacna. Incursionaron por Barrios Altos en donde César Vallejo tenía su pensión, en la calle Acequia Alta.
Con César Vallejo Abraham Valdelomar era sincero, cordial e íntimo. Ante los otros que se acercaban asumía inmediatamente poses de gran señor, de icono, de un dandi, de un numen que reclamaba adoración.
Pasaban los extraños y él se preguntaba, pensando en César Vallejo quien iba silencioso a su lado: cómo es que el genio de la tierra aflora por boca de alguien.
Y, cómo es que las manos que escriben pueden exorcizar mundos. Cómo es que la fuerza telúrica de una realidad asombrosa y abismal, como son los andes, pueden tener sus voceros, atalayas y demiurgos imprevistos y genuinos.
7. Amistad cálida, franca y directa
Valdelomar lo llevó un día a visitar la casa de El Corregidor Mejía, el periodista más sobresaliente, chispeante y superlativo de la época, quien vivía en una esquina del distrito de San Miguel, cerca de la huaca Tres Palos, y no lejos del océano Pacífico, con quien César Vallejo estableció inmediatamente una cordial y mutua simpatía.
Era El Corregidor Mejía seudónimo a apelativo de Adán Felipe Mejía, quien se ganó ese nombre no por hacer referencia a los potentados dueños de tierras del Perú colonial, sino que lo asumió como un seudónimo por su espíritu rebelde, independiente y beligerante, por un lado.
Pero más debido a la virtud o al defecto que tenía de estar corrigiendo todo texto que cayera en sus manos o que se presentara ante sus ojos, así fuera una cartilla de instrucciones, recogida al paso en un establecimiento público, o un letrero colocado en lo alto de una avenida, su afición era corregir.
Con El Corregidor Mejía, Vallejo estableció una amistad cálida, franca y directa, pese a ser de temperamentos diferentes y hasta contrapuestos: Vallejo era callado, sensible y meditabundo. El Corregidor era apabullante, sensual, proclamativo. Entre ambos caminaba con ellos Abraham Valdelomar.
8. Sí, existía
César Vallejo, en un rapto de entusiasmo le pidió a El Corregidor que le escribiera el prólogo para su libro aún inédito de poemas titulado Los heraldos negros. El Corregidor le dijo:
César: asumiría cualquier reto y la proeza más difícil con tal de complacerte, y mucho más si de escribir se trata. Pero yo, yo, anteponer un prólogo mío a un libro tuyo de poemas es un pedido que está más allá de todas mis fuerzas, que son únicamente terrenales. Tendría que existir un ser divino para prologar un libro tuyo. Y que no creo que exista sobre la faz de la tierra.
¿Existía ese ser divino? Lo importante ahora es que con esa indicación Vallejo encargó el prólogo a Abraham Valdelomar quien, como era de esperar, aceptó halagado.
Pero, por la espera de dicho prólogo que no llegó nunca, debido a la agitada vida del Conde de Lemos, quien había entrado en campaña política y había sido elegido luego diputado por Ica, el libro demoraba ya casi un año sin ser sacado de la imprenta, de 1918 a 1919.
9. Ese cometa fulgurante
Pero, sí existía ese prologuista divino. Porque como se había separado cuatro páginas para estampar allí el prólogo de Abraham Valdelomar que lo había prometido, se decidió, sin recordar el apotegma que había lanzado El Corregidor Mejía, se colocó allí una cita de Jesús de Nazaret que dice:
quit potest
capere capiat.
El Evangelio
Esta cita se reprodujo en el anverso de una de aquellas páginas, cumpliendo la premonición de El Corregidor Mejía, en el sentido que solo podía ser un ser divino quien antecediera sus palabras a aquellas del poeta puestas en este libro.
Sin embargo, pocas veces se pueden encontrar expresiones más intensas en lo afectivo, y de admiración y reconocimiento incondicional en lo intelectual, que las dichas por Abraham Valdelomar en relación a César Vallejo.
Lo dijo cuando éste apenas había publicado algunos poemas y no se podía vislumbrar cabalmente –salvo para un hombre de la sensibilidad e intuición de Valdelomar– hasta dónde llegaría la trayectoria de ese cometa fulgurante.
10. La chispa divina
Él supo desde el primer momento ante quién estaba realmente parado, no solo un genio sino un hombre honesto, profundo en sus sentimientos e incólume en sus valores. Estaba ante un redentor humano.
Y quien desbordando completamente el vaso o la copa de la emoción escribió un artículo, publicado en la revista Sudamericana, titulado “La génesis de un gran poeta. César A. Vallejo, el poeta de la ternura”, expresando en él lo siguiente:
…En breve publicaré sobre su obra, un estudio detenido. Basado en el conocimiento de su obra y de su alma, le digo, con la mano puesta en el corazón alborozado:
Hermano en el dolor y en la Belleza, hermano en Dios: hay en tu espíritu la chispa divina de los elegidos.
Eres un gran artista, un hombre sincero y bueno, un niño lleno de dolor, de tristeza, de inquietud, de sombra y de esperanza.
11. No era común
Y prosigue:
Tú podrás sufrir todos los dolores del mundo, herirán tus carnes los caninos de la envidia, te asaltarán los dardos de la incomprensión; verás, quizás, desvanecerse tus sueños, podrán los hombres no creer en ti; serán capaces de no arrodillarse a tu paso los esclavos; pero, sin embargo, tu espíritu, donde anida la chispa de Dios, será inmortal, fecundará otras almas y vivirá radiante en la gloria, por los siglos de los siglos. Amén.
No era común en Abraham Valdelomar este tipo de elogios. Es más, antes creía que nadie más que él eran los predestinados a plasmar obras de arte eximias con la palabra.
Era él quien se abogaba para sí mismo la representatividad de ser el elegido por los dioses para representar una época, un período de tiempo y a un pueblo tan denso y ceñido como es el Perú
Él se creía centro del mundo. Porque era egocéntrico, engreído y hasta soberbio y mesiánico en muchos aspectos. Lo revela así en aquella famosa frase de:
El Perú es Lima. Lima es el jirón de la Unión. El jirón de la Unión es el Palais Concert. Y el Palais Concert soy yo.
12. Caminaron muchas veces juntos
Sin embargo ¡cómo deja todas sus poses y su talante presumido para expresar lo que hemos leído y que a la luz de las décadas transcurridas resulta premonitorio y hasta profético.
Sus palabras, a la luz de lo que fue el vuelo de águila posterior de César Vallejo, que sigue además conquistando altura y la conquistará más todavía en el futuro, pese a los rencorosos de siempre, son sencillamente rayos certeros.
Iluminan las tinieblas al punto de adivinar lo que ocurrió cuando él vivía e incluso sigue ocurriendo en estos días en que “los caninos de la envidia” siguen mordiendo y abalanzándose a dentelladas a quererlo devorar a pedazos.
No se conoce lo suficiente de cuanto se frecuentaron pero por la nota que escribió luego Vallejo se sabe que caminaron muchas veces juntos en el breve lapso que pudieron conocerse.
Pero pocas veces también se pueden decir con tanto afecto las expresiones que César Vallejo expresara a la muerte de Abraham Valdelomar.
13. Abraham Valdelomar ha muerto
Este hecho se transparenta cuando enterado de la dramática y lamentable muerte de Abraham Valdelomar, ocurrida cuando se encontraba en campaña política y a la temprana edad de 31 años, el 4 de noviembre de 1919, la reacción de Vallejo ante esta noticia fue de una profunda consternación.
Lo expresa en un artículo que escribió con urgencia y que se publicó en la edición vespertina de un diario local. Vallejo correspondía así, con enorme cariño, al autor de “El caballero Carmelo”.
Abraham Valdelomar ha muerto”, dice la pizarra de un diario:
A las cuatro de la tarde he leído estas líneas incomprensibles, y hasta este momento no quieren quedarse en mi corazón.
Gastón Róger también me lo ha dicho, y tampoco me resigno a aceptar semejante noticia.
Llorando, sin embargo, atravieso el jirón por donde caminé tantas veces con Abraham, y sobrecogido de angustia y desesperación llego a mi casa y me echo a escribir precipitadamente y como loco estas líneas.
14. Y volveré a verte
Abraham Valdelomar ha muerto. A esta hora vuela la noticia. Pero, es posible?
¡Oh, esto es horrible!
“Hermano en el dolor y en la Belleza, hermano en Dios”, Abraham, tú no puedes haberte ido para siempre; es imposible. Sólo, como cuando viajabas, hermano estás ausente.
Sí, nada más estás ausente desde la mañana lluviosa en que partiste en un tren que volverá a traerte. Sí, estás viajando, hermano, nada más.
Y volverás Abraham, pronto. Te espera tu madre; te esperamos nosotros, tus hermanos todos.
Volverás para realizar todos tus sueños de amor, de belleza y de bondad en la vida, y porque tienes y has recogido en tus últimas romerías muchos dolores de la tierra que vas a inmortalizar por obra y gracia de tu corazón inmenso de creador y artista genial.
Por eso volverás, hermano, grande amigo. Así lo siento y lo quiero en este crepúsculo de primavera con cuya tinta rosada y triste escribo ahora.
Y volveré a verte y a estrecharte, como siempre, con toda mi alma, con todo mi corazón.
15. Vencedor de la muerte y del olvido
¿No es cierto?
En la cena de esta noche, en la mesa familiar, cuando tu madre que acaso algo quiere decir, vea el lugar del ausente y se ponga a llorar…
En la cena de esta noche, diremos que volverás pronto, muy pronto, a los brazos maternales, que te cantarán el tierno a-rro-rró de tus versos antiguos.
¿Pero, qué me pasa? ¿Estoy llorando? ¿Por qué se me aprieta el pecho? Ah, detestable pizarra noticiera:
Abraham Valdelomar ha muerto.
El hombre bueno e incomprendido; el niño engreído, con noble y suave engreimiento; el mozo luchador, el efebo discutido del arte; el vencedor de la muerte y del olvido.
Abraham Valdelomar ha muerto; el cuentista más autóctono de América; el nombre más sonoro de la última década de la literatura peruana.
La campana de la basílica lírica está tocando vacante…
16. La edad del mundo
Ambos, Valdelomar y Vallejo, representaban la emergencia y son esos legítimos frutos de las tierras del Perú de adentro, el Perú de las provincias frente a una metrópoli dominante, indolente y palaciega.
Ambos cantaron lo humilde, lo pueblerino y lo familiar.
Ambos estuvieron imbuidos de un espíritu de infancia, tierno y sensible y ambos murieron relativamente jóvenes.
Abraham Valdelomar a los 31 años llevado por las cumbres de los cerros nevados, cargado en los hombros de los indígenas que lo trasladaron de Huamanga, donde él cayera, a Huancayo donde murió después de tres días de agonía.
César Vallejo a los 46 años, después de varias semanas de intensa fiebre, consumido por el holocausto de la Guerra Civil Española, habiendo alcanzado ambos por su madurez y estado visionario la edad del mundo.
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