De tecnologías y contactos
Una nueva producción de Disney con la 20 Century Fox llegó a las pantallas en octubre de 2021, de la mano de la directora Sara Smith, Jean-Philippe Vine y Octavio E. Rodriguez (quien estuvo en el departamento de arte en Coco y Los increíbles 2). Se trata de Ron get wrong (o «Ron da error» en español).
La historia tiene toques de originalidad aunque algo maniquea: Barney es un chico de 11 años que podríamos ubicar en una clase social media baja, es huérfano de madre y su padre tiene que luchar por vender chucherías absurdas a otros países. Su abuela es inmigrante rusa y aunque tosca tiene un gran corazón, pero no entiende de modernidades.
En la calle, todos los niños tienen un nuevo “juguete”, un robot que básicamente ha reemplazado al celular y a los juguetes y se presenta como su “amigo” que tiene la capacidad de conectarlos a redes sociales, recibir mensajes, etc. “relacionarlos” con otros usuarios, a la par que puede transformarse para simular casi cualquier cosa. Como es de adivinar, Barney no puede costearse ese nuevo robot que es la tendencia entre sus compañeros de escuela (no podemos decirles “amigos”). Su padre y abuela, al darse cuenta de su deseo, consiguen uno “de calle” pero viene defectuoso, ya que, al no poder conectarse a la red central, es más “independiente”: este es Ron, con quien empezará a trabajar en establecer relaciones.
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¿Amistad o “relaciones”?
La crítica que reluce la película es precisamente a la relación de los niños con la tecnología y la mediación comercial-adulta que hay en ella. Se muestra claramente algo que va más allá del campo de la tecnología: lo que consumen los niños está definido, pensado y dirigido por una mente adulta. La cuestión aquí puede ser obvia, pero la caracterización de los dos fundadores de la empresa muestra que es algo que escapa del control de los padres o que no lo piensan. La crítica sutil es dura con los progenitores, ya que muestra que todos han comprado el robot a sus hijos por el solo hecho de ser tendencia entre ellos. Sí, algo inevitable, siempre ha sido así, pero luego veremos qué agrava la situación. Aquí recomiendo ver antes el documental El dilema de las redes sociales que está en Netflix.
Tal vez lo más peligroso y no fácil de observar es que la costumbre de que los niños pidan algo que todos sus amigos tienen siempre fue en torno a objetos que permitían socializar, digamos, un trompo, un auto, una bicicleta o hasta una consola que permitía invitar a otros a jugar. En la actualidad el objeto es algo “conectado a las redes” y viene con el discurso de “te conecta”, pero en realidad encierra más a los niños frente a la realidad. Estoy seguro de que si un niño de 7, 8 años ve la película y le preguntan si le gustaría tener un robot como el que se muestra (no Ron), diría que sí. Las consecuencias se ven también en la pantalla: niños convertidos en “influencers” que se exponen en redes (“niña popó” es un claro ejemplo), otros que convierten el robot en arma para hacer bullying o acoso y otros que lo usan para jugar ellos solos.
El tema central de la película es que estar conectado no es lo mismo que relacionarse: los compañeros más cercanos de Barney no interactúan entre ellos a pesar de que están la misma aula, sus robots solo sirven como motivo para compararse o criticar a los demás, pero nunca para afianzar en la realidad una amistad con el que tienen al lado. Básicamente los aislan. De hecho, no se ve a las familias de esos niños, es como si en sus casas los dejan a resguardo de sus aparatos tecnológicos.
Quien rompe la norma es precisamente Barney y Ron, un robot defectuoso que, al no estar ligado o sometido al algoritmo de la empresa, puede interactuar con mayor libertad con el niño. Es un símbolo para comunicar que la verdadera amistad o contacto real parte de un interés real por el otro. No es real que solo con clic se pueda decir que ya son amigos o que uno se sienta realmente acompañado por tener 1000 seguidores en redes. Nos encontramos ante un contradiscurso dirigido más a los padres que a los mismos niños. El “algoritmo” de Barney es precisamente el que logrará que los robots puedan simular que realmente se interesan por los niños a los que acompañan. La mirada optimista de la película se consuela con esa simulación ya que, si lo pensamos un poco, siguen siendo máquinas, no tienen conciencia, aunque a ratos parece que Ron la muestra, pero esto ya es propio de la fantasía antes que de la crítica social que intenta comunicar, es parte del final feliz que brinda la producción.
El mundo del niño
Otro elemento llamativo es que se recupera un hábito infantil (casi abandonado) como es el de salir a disfrutar la naturaleza, los espacios abiertos (no los centros comerciales). Es Ron quien empuja a Barney a salir, correr, defenderse, reír (como lo haría un amigo más avezado). Es esta libertad lo que hace a Barney interesante frente a sus compañeros quienes luego querrán ser amigos de él. Aunque considero que esta parte es algo forzada, igual un pequeño espectador no notará el salto brusco de “compañero” a “amigo”.
Por último, la idea de que el niño está hambriento de libertad y que puede recuperarla si es que la ve en otro de sus compañeros se reluce en la película. No es solo el algoritmo, sino también una liberación de esa mirada sobre la realidad limitada muchas veces por criterios comerciales, una mirada que cada vez se acorta más en los pequeños (sucedía incluso antes de la pandemia). La película parece comunicar que es una libertad que el niño debe vivir junto a otros, como parte de su crecimiento (“ningún hombre es una isla”)y que debe aprender a lidiar con las tecnologías presentes.
Cerramos nuestra reseña valorando que Ron da error no es un ataque contra la tecnología en sí, sino un llamado de atención contra el uso que damos a esta. La película no acaba con los niños dejando a los robots, sino con una “mejora” gracias al algoritmo de Barney que en realidad supo asimilar Ron, como un padre educa a un hijo. La tecnología está para quedarse pero si achata nuestra humanidad por intereses económicos, comerciales, no parece que sea de ayuda.